Existen desacuerdos sobre la neutralidad en el punto de vista de la versión actual de este artículo o sección. En la página de discusión puedes consultar el debate al respecto. |
Guerra de la Independencia Española | |||||||
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Parte de Guerras Napoleónicas | |||||||
La carga de los mamelucos de Francisco de Goya, ilustra uno de los episodios del levantamiento popular del 2 de mayo de 1808 que desembocaría en la Guerra de la Independencia Española. | |||||||
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Beligerantes | |||||||
España Reino Unido Portugal | Primer Imperio francés | ||||||
Comandantes | |||||||
Francisco Javier Castaños José de Palafox y Melci Gregorio García de la Cuesta Joaquín Blake Miguel Ricardo de Álava Arthur Wellesley John Moore † Bernardino Freire † | José Bonaparte |
[ocultar] |
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Dos de mayo – Valdepeñas – Bruc – Valencia – Bailén – Zaragoza – Astorga – Valmaseda – Gamonal – Medina de Rioseco – Tudela – Somosierra – Sahagún – Uclés – Medellín – Alcañiz – Almonacid – Puentesampayo – Talavera – Ocaña – Fuengirola – Gévora – Cádiz - Chiclana – La Albuera – Sagunto – Badajoz – Arapiles – Vitoria – San Marcial |
El conflicto puede estar incluido en el marco de la Guerra Peninsular sumándose al enfrentamiento precedente de Francia con Portugal y el Reino Unido, convulsionando toda la península Ibérica[1] hasta 1814.
La Guerra de Independencia Española queda enmarcada en el amplio conflicto de las Guerras Napoleónicas y en la crisis del sistema del Antiguo Régimen, encarnado en la monarquía absoluta de Fernando VII, el conflicto se desarrolló sobre un complejo trasfondo de profundos cambios sociales y políticos impulsados por el surgimiento de la identidad nacional española y la influencia en el campo de los «patriotas» de algunos de los ideales nacidos de la Ilustración y la Revolución francesa, paradójicamente difundidos por la élite de los afrancesados.
Los términos del tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 por el primer Ministro Manuel Godoy, preveían de cara a una nueva invasión conjunta hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de las tropas imperiales, que al mismo tiempo fueron tomando posiciones en importantes ciudades españolas según los planes de Napoleón, quien, convencido de contar con el apoyo popular, había resuelto forzar el derrocamiento de la dinastía reinante tradicional, situación a la que se llegaría por un cúmulo de circunstancias que resume el historiador Jean Aymes:
...la expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo y, por fin, para remate y para ocultar ciertos cálculos sucios, los designios de Dios o las exigencias de una filosofía ad hoc
El resentimiento de la población por las exigencias de manutención de las tropas extranjeras, que resultó en numerosos incidentes y episodios de violencia, junto con la fuerte inestabilidad política surgida tras el episodio del motín de Aranjuez, precipitó los acontecimientos que desembocaron en la mítica jornada del 2 de Mayo de 1808 en Madrid. La difusión de las noticias de la brutal represión en las jornadas posteriores al 2 de mayo, inmortalizadas en las obras de Francisco de Goya, y de las abdicaciones de Bayona del 5 y 6 de mayo, que extendieron por la geografía española los llamamientos iniciados en Móstoles al enfrentamiento con las tropas imperiales, decidieron la guerra por la vía de la presión popular a pesar de la actitud contraria de la Junta de Gobierno designada por Fernando VII.Aymes, Jean R.: La Guerra de la Independencia, Madrid, Siglo XXI, 1974.
La guerra se desarrolló en varias fases de intercambio en la iniciativa de las operaciones militares entre los bandos enfrentados en función de la movilización de los recursos disponibles por los imperiales y por la puesta en práctica del original fenómeno de las acciones conjuntas de guerrilleros y los ejércitos regulares aliados dirigidos por Arthur Wellesley, duque de Wellington, que provocaron el desgaste progresivo de las fuerzas bonapartistas, aunque al precio de extender el sufrimiento a la población civil, que padeció los efectos de un contexto de guerra total, de exponer a los intereses estratégicos a una parte de la naciente industria, considerada una amenaza para los intereses británicos,[2] y franceses, o disponer el pillaje de ciudades «afrancesadas».[3] A los primeros éxitos de las fuerzas españolas en los meses de primavera y verano de 1808, con la batalla del Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia y en particular, la sonada Batalla de Bailén, que provocaron la retirada francesa hacia el norte del Ebro y su evacuación de Portugal, siguió en el otoño de 1808 la entrada de la Grande Armée con el mismo Napoleón al frente, que culminó el máximo despliegue de la autoridad ocupante hasta mediados de 1812. La retirada de efectivos con destino a la campaña de Rusia fue aprovechada por los aliados para retomar la iniciativa a partir de la Batalla de Arapiles, el 22 de julio de 1812 y, contrarrestando el contraataque imperial, avanzar a lo largo de 1813 hacia las fronteras pirenaicas, jalonando la retirada francesa con las batallas de Vitoria, el 21 de junio, y la de Batalla de San Marcial, el 31 de agosto. El tratado de Valençay, firmado el 11 de diciembre de 1813, dejaba a España libre de la presencia extranjera, pero no evitó la invasión del territorio francés siendo la batalla de Toulouse, librada el 10 de abril de 1814, el último enfrentamiento de la guerra. Refiriéndose a la guerra de independencia española Napoleón I, en su exilio, declaró:
Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido.
En el terreno socioeconómico, la guerra costó en España una pérdida neta de población de 215.000 a 375.000 habitantes,[5] por causa directa de la violencia y las hambrunas de 1812, y que se añadió a la crisis arrastrada desde las epidemias de enfermedades y la hambruna de 1808, resultando en un balance de descenso demográfico de 560.000 a 885.000 personas,[6] que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y Andalucía. A la alteración social y la destrucción de infraestructuras, industria y agricultura se sumó la bancarrota del Estado y la pérdida de una parte importante del patrimonio cultural.Fraser, Ronald: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808–1814.[4]
Todo este sacrificio, sin embargo, no resultó en un fortalecimiento internacional del país, que quedó excluido de los grandes temas tratados en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama geopolítico de Europa. En el plano político interno, el conflicto permitió el surgimiento de la identidad nacional española, aunque por otro lado dividió a la sociedad, enfrentando a patriotas y afrancesados. También abrió las puertas del constitucionalismo, concretado en las primeras Constituciones del país, las de Bayona y Cádiz, y aceleró el proceso de emancipación de las colonias de América, que accederían a su independencia tras la Guerra de Independencia Hispanoamericana. La posterior reinstauración de la dinastía borbónica y el retorno del absolutismo, encarnado en Fernando VII, así como el reforzamiento de la Iglesia Católica, abrieron en España una era de luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del Liberalismo, que se extenderían a todo el siglo XIX y que marcarían el devenir del país:
...en 1808 —o unos años antes, cuando todavía era posible, quizás, una guillotina en la Puerta del Sol— los españoles nos equivocamos de enemigo. Error del que, doscientos años después, todavía pagamos las consecuencias.
En 2008, con ocasión del bicentenario de la guerra, el interés por aquellos acontecimientos y su recuerdo se manifiesta en actos conjuntos hispanofranceses, publicación de ensayos y obras especializadas y exposiciones en diversas ciudades e instituciones de España Arturo Pérez-Reverte, «Una intifada de navaja y macetazo», diario EL País, 20/4/2008.
Existen desacuerdos sobre la neutralidad en el punto de vista de la versión actual de este artículo o sección. En la página de discusión puedes consultar el debate al respecto. |
Guerra de la Independencia Española | |||||||
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Parte de Guerras Napoleónicas | |||||||
La carga de los mamelucos de Francisco de Goya, ilustra uno de los episodios del levantamiento popular del 2 de mayo de 1808 que desembocaría en la Guerra de la Independencia Española. | |||||||
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Beligerantes | |||||||
España Reino Unido Portugal | Primer Imperio francés | ||||||
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Francisco Javier Castaños José de Palafox y Melci Gregorio García de la Cuesta Joaquín Blake Miguel Ricardo de Álava Arthur Wellesley John Moore † Bernardino Freire † | José Bonaparte Napoleón I Jean de Dieu Soult André Masséna Louis Gabriel Suchet Joseph Mortier Michel Ney |
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Dos de mayo – Valdepeñas – Bruc – Valencia – Bailén – Zaragoza – Astorga – Valmaseda – Gamonal – Medina de Rioseco – Tudela – Somosierra – Sahagún – Uclés – Medellín – Alcañiz – Almonacid – Puentesampayo – Talavera – Ocaña – Fuengirola – Gévora – Cádiz - Chiclana – La Albuera – Sagunto – Badajoz – Arapiles – Vitoria – San Marcial |
La Guerra de la Independencia Española o Guerra del Francés, fue un conflicto armado surgido en 1808 por la oposición de España a la pretensión del emperador francés Napoleón I de instaurar y consolidar en el trono español a su hermano José Bonaparte, en detrimento de Fernando VII de España, desarrollando un modelo de Estado inspirado en los ideales bonapartistas.
El conflicto puede estar incluido en el marco de la Guerra Peninsular sumándose al enfrentamiento precedente de Francia con Portugal y el Reino Unido, convulsionando toda la península Ibérica[1] hasta 1814.
La Guerra de Independencia Española queda enmarcada en el amplio conflicto de las Guerras Napoleónicas y en la crisis del sistema del Antiguo Régimen, encarnado en la monarquía absoluta de Fernando VII, el conflicto se desarrolló sobre un complejo trasfondo de profundos cambios sociales y políticos impulsados por el surgimiento de la identidad nacional española y la influencia en el campo de los «patriotas» de algunos de los ideales nacidos de la Ilustración y la Revolución francesa, paradójicamente difundidos por la élite de los afrancesados.
Los términos del tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 por el primer Ministro Manuel Godoy, preveían de cara a una nueva invasión conjunta hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de las tropas imperiales, que al mismo tiempo fueron tomando posiciones en importantes ciudades españolas según los planes de Napoleón, quien, convencido de contar con el apoyo popular, había resuelto forzar el derrocamiento de la dinastía reinante tradicional, situación a la que se llegaría por un cúmulo de circunstancias que resume el historiador Jean Aymes:
...la expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo y, por fin, para remate y para ocultar ciertos cálculos sucios, los designios de Dios o las exigencias de una filosofía ad hoc
El resentimiento de la población por las exigencias de manutención de las tropas extranjeras, que resultó en numerosos incidentes y episodios de violencia, junto con la fuerte inestabilidad política surgida tras el episodio del motín de Aranjuez, precipitó los acontecimientos que desembocaron en la mítica jornada del 2 de Mayo de 1808 en Madrid. La difusión de las noticias de la brutal represión en las jornadas posteriores al 2 de mayo, inmortalizadas en las obras de Francisco de Goya, y de las abdicaciones de Bayona del 5 y 6 de mayo, que extendieron por la geografía española los llamamientos iniciados en Móstoles al enfrentamiento con las tropas imperiales, decidieron la guerra por la vía de la presión popular a pesar de la actitud contraria de la Junta de Gobierno designada por Fernando VII.Aymes, Jean R.: La Guerra de la Independencia, Madrid, Siglo XXI, 1974.
La guerra se desarrolló en varias fases de intercambio en la iniciativa de las operaciones militares entre los bandos enfrentados en función de la movilización de los recursos disponibles por los imperiales y por la puesta en práctica del original fenómeno de las acciones conjuntas de guerrilleros y los ejércitos regulares aliados dirigidos por Arthur Wellesley, duque de Wellington, que provocaron el desgaste progresivo de las fuerzas bonapartistas, aunque al precio de extender el sufrimiento a la población civil, que padeció los efectos de un contexto de guerra total, de exponer a los intereses estratégicos a una parte de la naciente industria, considerada una amenaza para los intereses británicos,[2] y franceses, o disponer el pillaje de ciudades «afrancesadas».[3] A los primeros éxitos de las fuerzas españolas en los meses de primavera y verano de 1808, con la batalla del Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia y en particular, la sonada Batalla de Bailén, que provocaron la retirada francesa hacia el norte del Ebro y su evacuación de Portugal, siguió en el otoño de 1808 la entrada de la Grande Armée con el mismo Napoleón al frente, que culminó el máximo despliegue de la autoridad ocupante hasta mediados de 1812. La retirada de efectivos con destino a la campaña de Rusia fue aprovechada por los aliados para retomar la iniciativa a partir de la Batalla de Arapiles, el 22 de julio de 1812 y, contrarrestando el contraataque imperial, avanzar a lo largo de 1813 hacia las fronteras pirenaicas, jalonando la retirada francesa con las batallas de Vitoria, el 21 de junio, y la de Batalla de San Marcial, el 31 de agosto. El tratado de Valençay, firmado el 11 de diciembre de 1813, dejaba a España libre de la presencia extranjera, pero no evitó la invasión del territorio francés siendo la batalla de Toulouse, librada el 10 de abril de 1814, el último enfrentamiento de la guerra. Refiriéndose a la guerra de independencia española Napoleón I, en su exilio, declaró:
Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido.
En el terreno socioeconómico, la guerra costó en España una pérdida neta de población de 215.000 a 375.000 habitantes,[5] por causa directa de la violencia y las hambrunas de 1812, y que se añadió a la crisis arrastrada desde las epidemias de enfermedades y la hambruna de 1808, resultando en un balance de descenso demográfico de 560.000 a 885.000 personas,[6] que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y Andalucía. A la alteración social y la destrucción de infraestructuras, industria y agricultura se sumó la bancarrota del Estado y la pérdida de una parte importante del patrimonio cultural.Fraser, Ronald: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808–1814.[4]
Todo este sacrificio, sin embargo, no resultó en un fortalecimiento internacional del país, que quedó excluido de los grandes temas tratados en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama geopolítico de Europa. En el plano político interno, el conflicto permitió el surgimiento de la identidad nacional española, aunque por otro lado dividió a la sociedad, enfrentando a patriotas y afrancesados. También abrió las puertas del constitucionalismo, concretado en las primeras Constituciones del país, las de Bayona y Cádiz, y aceleró el proceso de emancipación de las colonias de América, que accederían a su independencia tras la Guerra de Independencia Hispanoamericana. La posterior reinstauración de la dinastía borbónica y el retorno del absolutismo, encarnado en Fernando VII, así como el reforzamiento de la Iglesia Católica, abrieron en España una era de luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del Liberalismo, que se extenderían a todo el siglo XIX y que marcarían el devenir del país:
...en 1808 —o unos años antes, cuando todavía era posible, quizás, una guillotina en la Puerta del Sol— los españoles nos equivocamos de enemigo. Error del que, doscientos años después, todavía pagamos las consecuencias.
En 2008, con ocasión del bicentenario de la guerra, el interés por aquellos acontecimientos y su recuerdo se manifiesta en actos conjuntos hispanofranceses, publicación de ensayos y obras especializadas y exposiciones en diversas ciudades e instituciones de España
Arturo Pérez-Reverte, «Una intifada de navaja y macetazo», diario EL País, 20/4/2008.